La venganza de Rosa
En algunos lugares del mundo donde hace mucho frío y donde
cae nieve, a los niños les gusta salir en la nieve y con sus
pequeños trineos, buscar una loma larga y lanzarse
desde arriba hacia abajo en sus trineos.
Dependiendo de la loma, pueden alcanzar velocidades muy rápidas. El trineo tiene un pequeño mecanismo para dirigirlo. El deslizarse por la nieve es muy divertido.
—Beto, ¡otra vez tu gorra está detrás del sofá! Te olvidaste de
guardarla en su lugar otra vez. ¿No puedes recordar de
guardarla en el ropero? Seguro que ya casi nos ibas a estar
llamando para que te ayudáramos a buscarla. Ven y guárdala en su lugar. De aquí en adelante, si no la tienes a la hora de salir, tendrás que quedarte en la casa. No lo olvides. —La mamá de Beto habló enérgicamente.
Beto, un tanto avergonzado, pensó: Será mejor que me esfuerce por recordar lo que me están diciendo. Mamá está en serio; no acostumbra hablar así.
Al día siguiente, Beto pintaba con una caja de pinturas nueva. Rosa, la
hermanita, lo observaba con admiración. Después de un rato, Beto se cansó
de pintar. De pronto se le ocurrió hacer otra cosa y se levantó de un salto y
dijo:
—Guárdame todo esto, Rosa, por favor. Yo no tengo tiempo; debo salir.
Rosa comenzó a recoger los pinceles y la caja de pinturas, pero luego
preguntó:
—¿A dónde vas con tanta prisa?
—Voy a salir. Voy a salir con Jimmy y Ned a acompañarlos a jugar en la
nieve con mi pequeño trineo. Se me había olvidado que teníamos planes de ir a deslizarnos. Lo que no sé es dónde está mi gorra.
—Por favor, Beto —le rogó Rosa—, ¿puedo ir contigo? Yo puedo guardar
todo esto en un instante y te acompaño. Mamá me dijo que puedo ir a la loma y jugar en la nieve contigo si tú prometes cuidarme. ¿Sí, Beto? Por favor.
—No, esta vez, no —respondió el hermano bruscamente mientras
buscaba la gorra debajo de las sillas y la mesa—. ¿Crees que a un muchacho le
gustará cuidar a una niña cuando quiere divertirse?
—Pero, Beto, llévame, por favor —persistió Rosa—. Los otros muchachos
llevan a las hermanas. Además, este invierno no he salido a jugar en la nieve
en la loma ni una sola vez. Yo quiero deslizarme en el trineo también. Por
favor, Beto, te ayudaré a buscar la gorra si me dejas ir.
—No te preocupes; ya la encontré. De puro milagro, estaba en el ropero.
—Y antes de que Rosa pudiera decir más, Beto se había marchado.
Rosa miró a su hermano que ya se alejaba. Con cólera pensó: Es un gran
egoísta. Ya sé lo que voy a hacer.
Aunque Rosa deseaba vengarse, pasó la tarde y se olvidó del asunto.
Cuando Beto volvió a la hora de la cena, ya lo había perdonado. Sin embargo,
al día siguiente sucedió algo que le hizo recordar lo que había acontecido.
—Niños, alístense rápido —dijo la mamá—; vamos a salir. La señora de
Brown nos ofreció un paseo en su trineo grande tirado por caballos. Dice que
hay lugar para ustedes también. Pero, apresúrense porque nos están esperando afuera.
Encantado con la idea, Beto se levantó de un salto y gritó:
—¡Magnífico! ¡El trineo grande de los Brown! ¡Imagínate, Rosa! Podemos
envolvernos con mantas de piel de bisontes en este frío, ¡y el sonido de los
cascabeles! Pero… ay, qué problema. ¿Dónde está mi gorra?
Rosa ya estaba poniéndose el abrigo, los guantes, y la gorra. Estaba tan
ocupada que no oyó la pregunta de Beto. Éste se indignó y a regañadientes le dijo:
—¡No quieres prestarme atención, egoísta! ¿No te importa que yo tenga
que quedarme en casa porque no encuentro la gorra? ¿Y que en este invierno
no he dado ni un buen paseo en un trineo grande? ¿Dónde estará esa gorra?
¿Sabes dónde está, Rosa? Por favor ayúdame a buscarla.
Con una mirada triunfante, Rosa formó un plan. Yo sé dónde está la gorra.
Vi que se cayó detrás del sofá. Si no se lo digo, tendrá que quedarse en casa. Allí está la venganza por lo que me hizo ayer. Pero en vez de hacer eso, Rosa pensó mejor y dijo:
—Ponte el abrigo y los guantes. Yo sé dónde está la gorra.
Rosa corrió hacia el sofá y volvió justo en el momento en que la mamá
aparecía por la puerta. Le dio la gorra a Beto y siguió a su mamá.
Avergonzado, Beto siguió a la mamá y a Rosa para subirse al trineo. En
voz baja dijo a Rosa:
—Rosa, muchas gracias. Tú sí eres una buena hermana.
Ahora caía en la cuenta de que él había sido egoísta y descuidado, y que
era hora de cambiar. Esa “venganza” de Rosa había servido de hacerlo
reflexionar y cambiar su forma de ser.
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