¿De quién son los hijos?

“He aquí, herencia de Jehová son los hijos” (Salmo 127:3).
Los niños que Dios nos ha encomendado son regalos de él. A la
vez, aunque ellos le pertenecen a Dios, nosotros cargamos la
responsabilidad de nutrirlos e instruirlos fielmente en los
caminos de él.
Jesús le dijo a Pedro: “Apacienta mis corderos”. ¿Son estas palabras
únicamente para Pedro? No, de una manera u otra, este mismo mensaje
es para cada discípulo de Dios. La responsabilidad dada por Dios de
nutrir y educar a los niños queda indirecta o directamente con cada
creyente. Aunque no todos seamos padres o maestros, siempre tenemos
la responsabilidad de ser una influencia correcta para los niños. Nadie
debe mostrarse indiferente hacia el bienestar espiritual de los niños,
porque somos responsables ante Dios por ellos.
Debemos aprovechar cada oportunidad para ayudarle al niño a
aprender y crecer espiritualmente. Como los judíos de antes, debemos
ser diligentes en enseñarles a nuestros hijos las palabras que Dios
mandó. “Y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu
casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes”
(Deuteronomio 6:7). Sin embargo, considere por un momento lo que
sucede muchas veces cuando el niño llega con preguntas que a nosotros
nos parecen insignificantes. Frecuentemente le decimos: “Vete a jugar.
¿No ves que estoy ocupado?” Luego el niño se va por la vida, se
termina de criar, y pocas veces vuelve en busca de nuestras razones.
Después como padres, quedamos perplejos, preguntándonos por qué
hemos perdido a nuestro hijo. Si perdemos las oportunidades de
instruir a los hijos, estaremos asegurando el fracaso de su vida.
Los niños son de Dios. Tomar lo que es de Dios y ponerlo bajo el
cuidado y enseñanza de profesores mundanos es sumamente peligroso y
¿De quién son los hijos?


un grave error. Con el paso del tiempo, el niño automáticamente llega a pensar y actuar como sus profesores. Sin duda, el niño aprenderá los valores y las filosofías materialistas y humanistas de ellos y los llegará a creer. Por lo tanto, es un crimen espiritual exponerlos a tales influencias. Si el niño ha de aprender que él pertenece a Dios, sus padres tendrán que vivir y actuar de una manera que muestre que ellos mismos pertenecen a él. Es necesario poseer un temor de Dios santo y reverente antes de poder infundir lo mismo en el niño. Las palabras tienen valor únicamente cuando cada hecho de la vida concuerda con ellas. Junto con esto, cabe mencionar que los profesores del niño son uno de los factores más influyentes en su vida.
Si nutrimos fielmente a nuestros hijos, instruyéndolos
constantemente en el temor de Jehová, finalmente veremos el fruto de nuestra labor. Las enseñanzas implantadas en el niño durante sus años de formación nunca podrán ser desarraigadas del adulto maduro. Por ejemplo, considere al pueblo judío. Josefo, e l historiador judío, comentando sobre las actitudes de varias naciones hacia sus propias leyes, escribió: “Muchas naciones tienen por costumbre buscar maneras de desobedecer sus leyes… Pero para las personas de nuestro pueblo, si alguien les pregunta acerca de nuestras leyes, están más preparadas para dictarle todas las leyes, una por una, que pronunciar su propio nombre.
Esto es porque aprendimos todas las leyes cuando apenas podíamos entender un poquito, y ahora las tenemos grabadas en nuestras almas.
Son pocos los de nuestro pueblo que las quebrantan…”.
Si fielmente les damos el ejemplo de una vida basada en los
principios bíblicos y los enseñamos con diligencia, la próxima
generación se levantará y anunciará “las virtudes de aquel que los
llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). Así
podremos entrar en el descanso celestial en paz, con la seguridad de que nuestra descendencia seguirá fielmente hasta la venida de Jesús.
Por: Charles L. Sweigart
The Christian School Builder