Si la salvación se perdiera no sería salvación
Si la salvación se perdiera, todos la perderían; y si se volviera a ganar, ninguno la ganaría. Si así sucediera, se desmoronaría el Evangelio ¡Cómo se necesita entender esa expresión que en agonía nuestro Señor y Dios dijo: “Consumado es”! (Jn. 19:30). ‘Jesús’ significa ‘Dios salva’. De entre todos los nombres con los cuales Dios es mencionado en las Escrituras, el Padre escogió para Su Hijo éste precisamente. En las Escrituras encontramos muchos nombres de diferentes personajes haciendo alusión a lo que Dios es; entre ellos tenemos: Daniel: Dios es Juez; Abel: Dios es Padre; y otros. Hay, pues, muchas maneras en las que Dios mismo se presenta, y muchas de sus características se hallan plasmadas en los nombres de muchos hombres. ¿Elegiría Dios un nombre que no fuese contundente y digno de ser recordado eternamente? Meditemos y gocémonos en el nombre de Jesús.
Paz que descansa en la confianza
En el Evangelio de Juan se lee la expresión: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Jn. 14:27). ¿Podría el pueblo de Dios en verdad tener paz al saber que está en riesgo la salvación, al creer que podría ser arrebatado de la mano del Señor para pasar la eternidad en el infierno? El Señor a los suyos dejó Su paz. ¿Se entiende? ¿Se cree? Por nada sus hijos deben dejar que esa paz les sea robada. Muchos cristianos viven su cotidianidad, no con “temor reverente”, sino con continuo miedo. Piensan: “Pequé, está en riesgo mi salvación” ¡Están cargados y atribulados! Desconocen el poder de la Sangre derramada para limpiar sus pecados confesados, y aun sus conciencias. Si la vida cristiana no nos diese esa paz, que no sólo es de parte de Dios, sino que es la misma paz en la que Dios vive, entonces la persona pudiese pensar en que le hubiese sido mejor no haber conocido esa “salvación”. Mejor sería estar en el mundo y en su locura que en las manos del Dios que nos da conciencia de Sí mismo, para luego mantenernos en tortura por nuestra debilidad. Si así fuese, el mayor acto de amor demostrado en aquella cruz del Calvario, la más asombrosa obra jamás realizada, perdería su eterna gloria. Mas ¡cuán grandioso es nuestro Dios que nos da salvación y paz eterna en la única base de la obra consumada de nuestro Señor Jesucristo!
Al recordar la oración del Señor, en Juan 17:12, se puede tener plena confianza en Él: “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese.” Evidentemente, Judas, el hijo de perdición, nunca nació de nuevo. Si David defendía a sus ovejas del oso y del león arriesgando su propia vida, ¿no defenderá, guardará y preservará Cristo para siempre a las suyas? Él es el Buen Pastor. Quien haya creído de todo corazón, tenga paz, pues es de Cristo.
Si el Señor no perdió ni un pan
Cuando el Señor multiplicó los panes y los peces demostró su infinito poder, y que podía hacerlo cuantas veces fuera Su voluntad, y que el alimento que proveía para los presentes no dependía de Sus recursos económicos. En ese contexto, dijo algo glorioso. “Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada.” (Jn. 6:12). ¿Era necesario recoger los pedazos? ¡No! El Señor podía seguir multiplicando de ahí en adelante todo cuanto hubiese querido, así como pudo haber dejado al hombre perdido y volver a crear. Pero Él no es así, Sus palabras lo demuestran. No le agrada perder ni un pan ¿Cuánto más el Señor no hará (y ha hecho ya) para recoger nuestros pedazos? Si el Señor da importancia y valor a un pan, mucho más a nosotros, por quienes no dejó de derramar cada gota de Su preciosa sangre.
¿Sí ve el corazón de Dios? Él creó con amor, Él creó para vida, y no para muerte, Él no se alegra en la pérdida. Aquí tenemos un escenario que el Espíritu Santo quiso dejar registrado en los cuatro libros del Evangelio. Sus palabras, “que no se pierda nada”, muestran Su corazón: Que “…no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Jn. 3:16). Judas 24: “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría…” ¡Es verdad! ¿Lo cree usted?
Evidencia en las parábolas de búsquedas (Lucas 15)
¿Se ha detenido a pensar en la parábola del hijo pródigo? Esta parábola está antecedida por otras dos: la de la oveja perdida y la de la moneda perdida, en las cuales hay una búsqueda asombrosa, a fin de evitar una pérdida o un detrimento. “Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10). Primero, hay una oveja perdida, la cual es buscada por su pastor, y al ser hallada, es colocada en los hombros de su gozoso pastor para ser llevada nuevamente al redil. El hombre la pudiese haber dado por perdida, diciendo: “Bueno, aún quedan noventa y nueve”; pero la “lógica” y la “matemática”, o sea, el amor Divino y la gracia Divina, son muy superiores a las del hombre.
Si la salvación se perdiera, todos la perderían; y si se volviera a ganar, ninguno la ganaría. Si así sucediera, se desmoronaría el Evangelio…
También está la mujer que busca la dracma (moneda antigua) perdida; a pesar de las muchas interpretaciones, no la deja extraviada, la busca exhaustivamente, la encuentra, y se goza al recuperarla. Por último, en esta serie de parábolas hay además un hijo perdido, cuyas malas obras y despilfarros pudieran haberlo hecho digno de una eterna separación del padre. Pero al regresar, nunca deja de ser tenido como hijo. ¡Es hijo! Cuando el padre lo ve regresando de lejos, es movido a misericordia, hace fiesta lleno de gozo porque su hijo muerto era, y ha revivido, porque su hijo perdido se ha hallado. Cada una de las ideas, parábolas y enseñanzas del Señor en las Escrituras están perfecta y cuidadosamente escogidas; no hay ejemplos inadecuados ni hay nada que esté de más. ¡No hay desperdicio! Si el que se hubiese ido, hubiese sido un jornalero, al Padre no le hubiese importado igual; su hijo, sin embargo, era nacido de él. Asimismo, nosotros hemos nacido de Dios. Si nosotros los hombres “buscamos y salvamos” algo, para no volverlo a perder, ¡cuánto más Dios!
Conclusión
Quienes por gracia han entendido la perfección y gloria de la salvación de Jesucristo, viven en paz, tienen confianza y alegría, no se dan al libertinaje ni al pecado, descansan en Él cuando caen y pecan (una vez confiesen sus faltas), pues Su sangre y redención son mayores. Se gozan en el amor de Dios, y no dejan de tener temor reverente. Esa paz y alegría incalculables que buscan de corazón sincero todos los que creen en Cristo Jesús, pueden llegar a ser experimentadas.
Por otra parte, independientemente del grupo al que pertenezca aquel que cree que la salvación se pierde, de todas maneras es una persona sin paz.
El amor que nosotros expresamos a Dios y los unos por los otros no se basa en la imposición, sino en la firme confianza de una obra consumada para siempre por nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A Él sea la gloria, el agradecimiento y el perfecto servicio en amor, por los siglos de los siglos. Amén.