• Tu palabra es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero (Salmos 119:105)
  • Estén siempre alegres. (1 Tesalonicenses 5:16)
  • Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. (Filipenses 4:13)
  • Oren sin cesar. (1 Tesalonicenses 5:17)
  • El principio de la sabiduría es el temor del SEÑOR. (Salmos 111:10)
  • Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza. (Salmos 56:3)
  • Sométanlo todo a prueba, aférrense a lo bueno. (1 Tesalonicenses 5:21)
  • El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. (1 Juan 4:8)
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¿A quién sigue usted?

Dios dijo de nuestro Señor Jesucristo: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:5).

Mencionemos primeramente dos reglas básicas tomadas de la Biblia misma que deben guiarnos en la interpretación de ella:

Ese hecho puede confirmarse fácilmente consultando algunos pasajes correctamente traducidos de los originales hebreos y griegos, los cuales están plenamente de acuerdo con todos los otros. Veamos en esos pasajes algunos atributos divinos que son comunes al Padre y al Hijo.

Isaías 43:11: “Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve”. Jehová es el único Salvador.

Mateo 1:21: “Dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Jesús es el Salvador de los pecadores.

Hechos 4:12: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Jesús es el único Salvador.

1 Juan 4:14: “Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo”. Jesús es el Salvador del mundo.

2 Pedro 1:1: “… por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo”.

Hebreos 1:8: “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo”. Aquí Dios el Padre se dirige a Jesús como a Dios.

Romanos 9:5: “Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos”.

Colosenses 2:9: “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”.

En el evangelio de Juan, el Señor Jesús declara varias veces que Él es igual a Dios el Padre. Un pasaje importante de la Escritura es el de Juan 5:23: “Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió”.

En Juan 8:58 Jesús dice a los judíos: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy”. Aquí, Jesús toma el mismo nombre que Dios tomó en Éxodo 3:14 para revelarse a Israel. Dios dijo a Moisés: “Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros”.

Yo soy”: es la solemne afirmación de la plenitud reservada a Jehová (véase también Deuteronomio 32:39; Isaías 41:4; 43:10-13; 48:12) que Jesús toma en Juan 8:24, 28, 58 y 13:19.

En realidad, ¿por qué los judíos lo rechazaron?: “Porque tú, siendo hombre, te haces Dios” (Juan 10:33; véase también Mateo 26:63; Juan 5:18).

Algunas veces Juan 14:28 es citado como prueba de que Jesús no es el igual de Dios el Padre. Es muy cierto que el Hijo de Dios se hizo hombre (Juan 1:14), que así se humilló, que en esa condición se humilló aun más al tomar la forma de siervo y que fue hecho un poco menor que los ángeles (Filipenses 2:6-8; Hebreos 2:9). Esta unión de Dios y de la humanidad en una misma persona, el Hombre Cristo Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios al mismo tiempo (1 Timoteo 2:5-6; 3:16) es un misterio que no podemos comprender. Por eso Jesús dice: “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre” (Mateo 11:27). Ninguna criatura puede profundizar el misterio de Su persona.

Pero ¿por qué el Hijo de Dios se humilló y se hizo hombre? Bien lo sabemos: se hizo hombre a fin de cargar con nuestros pecados, a fin de soportar el juicio de Dios, a fin de sufrir y morir en nuestro lugar. De no haber sido así, ¿cómo nosotros, pecadores, hubiésemos podido ser salvados?

Pero, para ejecutar esta obra, era necesario que él fuese Dios. ¿Podemos pensar que una criatura, por excelente que fuese, habría podido expiar nuestros pecados? No, el infinito valor del sacrificio de Jesús viene de la infinita grandeza de su persona. Sólo aquel que “hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su substancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder”, quien, en una palabra, es Dios, podía hacer por sí mismo la purificación de los pecados (Hebreos 1:1-3). Y Dios, según su justicia, no habría podido castigar a una criatura en lugar de hacerlo con nosotros. Es el fundamento de nuestra redención, pues, si Cristo no es más que una criatura, no nos puede salvar. Pero —bendito sea Dios— él es “nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13), a quien nosotros adoramos y adoraremos durante la eternidad. Es importante que este tema esté muy claro para nosotros.

En realidad, la razón humana es demasiado débil e incapaz para comprender a nuestro maravilloso Dios. Escrito está: “¿Descubrirás tú los secretos de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? Es más alta que los cielos; ¿qué harás? Es más profunda que el Seol; ¿cómo la conocerás?” (Job 11:7-8). Las Escrituras declaran: “El mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría” (1 Corintios 1:21).

Dios no es accesible por medio del simple razonamiento intelectual. Él quiere ser creído, amado y obedecido. La antigua idolatría pagana con todos los dioses no es más que una falsificación del único verdadero Dios. Satanás, quien conoce bien la naturaleza de Dios, es un maestro de la falsificación. Ya en el primer capítulo de la Biblia, Dios revela la pluralidad cuando dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen” (Génesis 1:26). Hay algunas otras pruebas bíblicas de esto.

Pasajes como Colosenses 1:15 y Apocalipsis 3:14, en los cuales se habla de Jesús como del “primogénito de toda creación” y “el principio de la creación de Dios”, son frecuentemente mal interpretados para intentar probar que Jesús es una criatura. No obstante, si miramos con cuidado los vocablos del original griego, advertimos que la palabra “primero” o “principal” es empleada en numerosos pasajes (Mateo 20:27; Marcos 6:21; 9:35; 10:44; Lucas 15:22; 19:47; Hechos 13:50; 16:12; 17:4; 25:2; 28:7 y 17) con el sentido de «más grande», de «mejor», de «primero en cuanto a la posición». Si decimos que un niño es el primero de su clase, queremos decir que es el mejor alumno; sería una tontería pretender que tal expresión significa que fue el primer alumno en ingresar a su clase. En cuanto a la palabra “principio” (griego: arché) aplicada a una persona, jamás tiene el sentido de «primero de una multitud», sino que indica la importancia de la persona. En Lucas 12:11; 20:20; Romanos 8:38; Efesios 1:21; 3:10; 6:12; Colosenses 1:16; 2:10 y 15; Tito 3:1, esa palabra se traduce por magistrado, poder, principado o gobernante. Encontramos esta palabra en español con carácter de prefijo en vocablos tales como arcángel, archiduque, arzobispo, y todo el mundo sabe que un arcángel es un ángel de rango superior, que un archiduque estaba por encima de un duque y que un arzobispo tiene mayor jerarquía que un obispo. Los dos pasajes arriba citados presentan la verdad de que Jesús ocupa la más alta posición en el universo. Es un título de preeminencia.

Todo lo que tenga tendencia a manifestarlo inferior a lo que Dios declara es un engaño, por agradable y satisfactorio que pueda parecer en el momento. Deploramos tener que decir que toda organización que no acepta la verdad presentada por estos pasajes y rebaja a nuestro Señor Jesucristo a la posición de una criatura, no puede tener un origen divino. Ese Jesús al que ellos presentan, no puede ser el Cristo de la Biblia.

Y recuerde usted que, sin el Cristo de la Biblia, nadie puede ser salvado ni alcanzar el Reino de Dios, por más que haga algo para ganar un lugar en él. Las Escrituras dicen: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).

Numerosos grupos religiosos pretenden que toda persona que no es miembro de su iglesia o de su grupo sufrirá el juicio de Dios. Eso mismo muestra su error, pues la Biblia enseña claramente que Jesucristo es el único que puede salvarnos. Lo dijo él mismo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).

De nuevo lo repetimos: Jesús es el único Salvador. ¿Es el suyo?

“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).

Ésta es nuestra advertencia: no siga ciegamente a un guía ciego, pues “si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mateo 15:14) y estarán perdidos por la eternidad.

La Biblia nos dice: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4:3-4).

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