• Tu palabra es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero (Salmos 119:105)
  • Estén siempre alegres. (1 Tesalonicenses 5:16)
  • Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. (Filipenses 4:13)
  • Oren sin cesar. (1 Tesalonicenses 5:17)
  • El principio de la sabiduría es el temor del SEÑOR. (Salmos 111:10)
  • Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza. (Salmos 56:3)
  • Sométanlo todo a prueba, aférrense a lo bueno. (1 Tesalonicenses 5:21)
  • El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. (1 Juan 4:8)
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IV – ¿Quién es Sacerdote?

Nosotros, los creyentes, formamos parte de esa casa; nosotros somos esos sacerdotes o sacrificadores llamados a entrar. Ningún sacerdote puede pasar más allá del “Lugar Santísimo”, y allí el creyente no tiene necesidad de aquél, porque puede entrar él mismo con libertad. Si aceptamos que otro entre por nosotros, negamos nuestro propio derecho y nuestro carácter de cristianos y la eficacia del sacrificio de Cristo.

Establecer en la tierra un sacerdocio que se interponga entre los creyentes y Dios es negar la eficacia y la verdad de la obra de Cristo, que murió una vez, que “padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1.ª Pedro 3:18). Si realmente he sido llevado a Dios, ¿qué necesidad tengo de que un sacerdote entre por mí en Su presencia? Si el velo fue rasgado y soy exhortado por Dios a entrar en el Lugar Santísimo por ese camino nuevo y vivo, ¿qué necesidad tengo de que otro — otro que tampoco podría entrar si yo no tuviera acceso a ese lugar — entre por mí, como si yo no lo pudiera hacer por mí mismo?

La esencia del cristianismo es revelar a Dios y llevarnos a Dios; es darnos una santa y hermosa libertad como hijos en su presencia, a la cual podemos entrar estando lavados por la preciosa sangre de Cristo. El establecimiento de una clase distinta de sacerdotes entre los hombres hace lo contrario; su principio mismo niega todo esto, nos mantiene lejos de Dios y nos hace depender de otros hombres que pretenden entrar por nosotros delante de Él para ofrecer por nosotros nuestras ofrendas y sacrificios. Tal orden de cosas echa por tierra toda la eficacia del cristianismo y la posición en la cual son colocados todos los creyentes que, según la verdad cristiana, son sacerdotes de Dios en la tierra para ofrecer sacrificios espirituales a Dios, es decir, fruto de labios que bendicen su nombre y le dan gloria.

Por otro lado, agreguemos que todo ese sistema es falso e inútil, pues el velo está rasgado, Dios se ha manifestado en su santidad, la luz ha venido. Y es preciso que tú, querido lector, andes en luz, como Dios está en luz; lo contrario significa que no tienes relación con Él. No puedes tener un Dios oculto, como el Dios de los judíos, un Dios al cual es necesario que se acerque un sacerdote que, sin embargo, no puede llegar hasta Él. La luz resplandece; y es preciso que tú mismo andes en luz. Ahora ningún velo oculta la gloria de Dios; quizá haya uno sobre tu corazón, pero en ese caso no eres creyente, y ningún sacerdote puede representarte ante Dios. Lo repetimos, es necesario que tú mismo estés en la presencia de Dios, en la luz. Si has entrado allí por la sangre de Cristo, la luz no hará otra cosa que manifestar plenamente que estás perfectamente lavado por ella, pero es una inconsistencia que otro entre a la presencia de Dios en tu lugar. Si has sido purificado eres un sacerdote, y debes acercarte tú mismo.

La obra de Cristo es divina y perfecta, pero no puedes acercarte a Dios por medio de un representante aquí abajo; la pureza o la santidad de otra persona en la tierra no te pueden ser útiles. Si Cristo respondió por ti, todo está bien; ¡vé tú mismo, osadamente, al trono de la gracia! Ahora que Dios se ha revelado, tienes relación directa con Él; y, sin duda, será para tu desaprobación si quieres acercarte por medio de otro que no sea Cristo. Es absurdo que no te acerques por ti mismo; el estado de tu conciencia está en juego directamente entre tú y Dios. Si te acercas a Dios por Cristo, ningún sacerdote humano puede interponerse, y tampoco necesitas de su intervención, porque la intervención de Cristo no puede faltarte.

Para finalizar, repetimos que el establecimiento de un sacerdocio humano en la tierra, conformado como una clase distinta en medio de otros creyentes es la negación de la verdad y de la eficacia del cristianismo. Según el Nuevo Testamento, todos los creyentes son sacerdotes; sus ofrendas son sacrificios espirituales de acción de gracias para la gloria de Dios por Jesucristo.